Hipólito Tournier
Ingeniero
Hipólito Tournier fué cofundador de la firma De los Campos, Puente, Tournier. Dicho estudio fue uno de los más importantes de Uruguay. Son los padres del modernismo urbano, los creadores de algunos de los perfiles más típicos de Montevideo. Hipólito y su hija Ana Tournier trabajaron juntos en el estudio, pasión que comparte hasta el día de hoy con sus hijos Nicolás y Pilar.

La historia
Octavio, Milton e Hipólito
Prólogo
Analizar la obra del estudio De los Campos, Puente, Tournier significa inevitablemente enfrentarse a múltiples dimensiones de lectura. Resulta insoslayable, por ejemplo, referirse a los años de su formación y detenerse en la nueva y pujante Facultad de Arquitectura de inicios del siglo xx.
Es en esta etapa donde se afianzará su vínculo profesional y humano, y donde se gestará su incipiente carrera profesional. Como ellos mismos afirmaran en entrevistas y conversaciones, la influencia de profesores como Mauricio Cravotto o de sus ocasionales colaboraciones en concursos y proyectos con Rius y Amargós serán determinantes para su desarrollo futuro.
También su egreso en 1929 estuvo marcado por la excepcionalidad. La visita de Le Corbusier a Montevideo significó el privilegio de iniciarse en la profesión escuchando en persona sus enardecidas oratorias sobre la arquitectura que cambiaría al mundo; aquella que era la única posibilidad frente a una inminente revolución. Sería también imposible no hacer mención de su singular talento como proyectistas y de la apertura intelectual manifiesta ya desde sus más tempranas obras, en las que asumen con naturalidad la vanguardia europea.
Años más tarde, y con la misma naturalidad, se alejarán de su área de confort al asumir encargos apartados del espíritu moderno. El desapego con que los socios se distancian de la arquitectura renovadora —camino legitimado y del que fueron pioneros—, para acercarse sin más a formalizaciones mal conceptuadas por la ortodoxia moderna a la que antes habían adherido, confirma esta apertura. Esta acción fue incomprendida por muchos de sus 12 de los campos, puente, tournier _ obras y proyectos contemporáneos, que la percibieron como debilidad ideológica, una demostración de fragilidad capaz de cuestionar incluso la legitimidad de su obra anterior.
Aún hoy, en buena parte de la construcción teórica e historiográfica local, el distanciamiento de la obra a una cierta pureza formal o a una pretendida coherencia fundada en el apego a cierta ortodoxia moderna es percibido como debilidad conceptual. Sin embargo, y sin restarle valor a los muchos otros registros de análisis posibles, deseo remarcar uno que —estoy seguro— debe haber tenido mucho que ver en la singularidad y el talante de su obra y de su carrera profesional: el valor humano y la amistad que forjaron a lo largo de sus vidas. Aunque por causas generacionales no tuve el privilegio de conocer personalmente a ninguno de los tres arquitectos, me arriesgaría a asegurar, sin temor a equivocarme, que De los Campos, Puente y Tournier eran antes que nada un trío de buenos amigos que gozaban trabajando juntos y haciendo lo que más les gustaba hacer: arquitectura.
A lo largo del tiempo, las diversas fotografías que los muestran juntos —ya sea posando o sorprendidos por la cámara— tienen una invariante: transparentan buen humor, placer, disfrute de hacer y compartir el camino. Se los ve compañeros de vida, amigos que se la pasaban muy bien compartiendo su vocación y su profesión. ¿Cuánto de esto tuvo que ver con la calidad y la variedad de su extensa y destacada producción arquitectónica? ¿Cuánto de esto está en la base de la osadía del emblemático edificio Centenario y su escalera acristalada, que daba acceso a la torre con la que, de modo desafiante y provocador, se jalonaba esta esquina de la Ciudad Vieja? ¿Cuánto hay de placer por la aventura y el riesgo compartido en la audacia de sus primeras obras, que asumen en casas y edificios la vanguardia arquitectónica moderna aun antes de su consolidación en la propia Europa?
Pero ¿cuánto hay de esto también en la naturalidad (o el desparpajo) con que luego de hacer obras y proyectos de notable y coherente factura moderna se comprometen con igual pasión con proyectos de mediana y gran escala marcados por el estilo Tudor, como es el caso del Hotel San Rafael en Punta del Este, o el curioso aire campestre de la vivienda Aldave? 13 Llama la atención la actitud desprejuiciada, abierta y amante de la arquitectura en sí misma, más allá de estilos, dogmas o doctrinas.
¿Cuánto tuvo que ver el buen ánimo de los amigos construyendo juntos su vida y su arquitectura? En mi opinión: mucho. Son sin duda los aspectos humanos los que acaban moldeando a los individuos y sus vínculos sociales, y estos, los que de algún modo se hacen evidentes en la mirada atenta de su obra.
Por eso creo oportuno en esta ocasión hablar de Octavio, Milton e Hipólito; esa dimensión olvidada por los duros anales de la historia, la de los tres amigos y compañeros de vida cuyo talante y buen ánimo permitieron que fuera posible lo que se muestra en esta publicación. Por último, deseo agradecer a Jacobo de los Campos, quien confió a la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de la República el valioso acervo de su prolífico estudio profesional, permitiendo de esa manera la realización de este libro y la exposición de su obra, que abrirán en el futuro nuevas puertas a la investigación sobre su importante legado.
Del mismo modo, deseo una vez más hacer explícito el agradecimiento de nuestra Facultad al Instituto de Historia de la Arquitectura, y a la vez felicitarlo por la pasión y dedicación que pone en cada nueva responsabilidad que asume.
Su incansable compromiso con la construcción de la historia de la arquitectura en Uruguay ha dado lugar en la última década a variados aportes que ponen sobre la mesa las piezas de un puzle que nos debe ayudar a comprender de dónde venimos y dónde estamos, para poder pensar con más claridad cómo seguir caminando.
Fundadores
Octavio, Milton e Hipólito